Aprendiendo a leer el pasado y el futuro en las líneas de un poema

amor (Página 4 de 25)

Pavana del desasosiego

Pavana del desasosiego

A Félix

Y de pronto la vida se explica de otro modo,
y nuestro corazón se vuelve loco.

.Todo se ha transformado en un instante,
los árboles susurran como niños
que estuviesen contándose un secreto.

Desde algún territorio inolvidable
llega el canto coral de las ballenas.

Tú te sientas al borde de la música,
hundes tu corazón en los abismos
de una luz que propaga un fresco aroma
de naranjos en flor, de caracolas,
de miradas que brotan como espigas
y que vuelven de no se sabe dónde.

El tiempo te acompaña enternecido
y en la penumbra llora una guitarra
una canción para que duerma el mundo.
La voz de la piedad cruza el silencio:
escondida en la música, la vida
cuenta la historia de su amor secreto.

amor, loco cisne abandonado,
ay amor, que una vez nos contaste tu leyenda
para marcharte luego a recorrer el mundo.
Ay amor, ay amor, dulce alimaña,
doméstico caimán que nos devora
sin dejar de llorar desconsolado, ay amor,
que te fuiste tan pronto, tan sin causa
cuando dolías tanto que pensábamos
que ibas a ser eterno.

Y ahora vuelves, regresas con tus lágrimas,
con tus alegres lágrimas traslúcidas,
con tu llanto inmortal y tu rocío,
tu aguacero de ópalos que buscan
las amapolas de nuestro corazón
para condenarlo de pálida hermosura.

Y de pronto la vida se explica de otro modo
y la tarde regresa a la mañana,
y la noche se enciende como un cráter
que todo lo calienta y lo ilumina.
Y el tiempo, el viejo tiempo abandonado,
escucha la canción de la guitarra,
oye con estupor su anochecida historia.

Dentro de los espejos, los recuerdos
juegan al corro y a las cuatro esquinas
y la música tiembla en el azogue
como una mariposa deslumbrada.

Ay amor, ay amor que nunca acabas,
que regresas cantando tu canción
y a su compás la vida cambia el paso
y de pronto se explica de otro modo
y se encienden las luces de la casa
y todas las ventanas dan al mar.
Ay amor, ay amor que nunca mueres,
que sigues remendándote las alas,
pisando con cuidado los escombros
como si fueran campos de cantueso.

Ay amor, ay amor, luna creciente,
guitarra, clavicordio y violonchelo
de una orquesta que vaga por el aire
regando con su música el desastre
mientras el corazón despavorido
siente cómo lo acunas
con tu pavana del desasosiego.

Francisca Aguirre (1930-2019, Alicante, España), Pavana del desasosiego (Premio “María Isabel Fernández Simal” 1998), Ediciones Torremozas, 1999

Las manos

Las manos

Pensamos porque tenemos manos
Anaxágoras

Me ha costado muchísimo educarlas
y no estoy muy segura de haberlo conseguido
porque la mayor parte de las veces
actúan por su cuenta se disparan
es como si tuvieran vida propia.

Algunas veces he pensado que solapadamente
sin darle cuenta a nadie
es decir sin decírmelo a mí
que al fin y al cabo soy su dueña
estas dos lagartijas estas aficionadas al tanteo
han conseguido nadie sabe cómo
elaborar una Constitución y no contentas con eso
han llevado adelante un Estatuto
lo que supone para mí un auténtico caos.

Porque no hay forma de poner de acuerdo
a estas dos desgraciadas a estas dos inconscientes
que se pasan la vida peleando
defendiendo con verdadera saña sus derechos:
la solidaridad insobornable de la izquierda
el orden la cordura y el respeto que para sí reclama la derecha.

Mientras el cuerpo el miserable cuerpo del que viven:
el tronco las axilas los brazos y los antebrazos las muñecas
no encuentran la manera de aplacarlas
de hacerles entender que si se empeñan
esto va a terminar en un entierro.

Que lo mejor sería que empezaran
a sacarle provecho a la distancia
al espacio que las separa equitativo
y a disfrutar del ritmo que produce
unirse de improviso una con otra
y jalear alegremente el hecho sorprendente y audaz
de que por fin la vida nos acerque aunque sea tan sólo
de manera fugaz como era de esperar.

Francisca Aguirre (1930- 2019, Alicante, España); Historia de una anatomía, Ed. Hiperión, 2010

El amor

El amor

Como el viento que encuentra
una rendija
y se cuela en la habitación
y lo desordena todo
libros
facturas
poemas
así llega
en la vida
el amor.

Nada es igual a partir de entonces,
ese caos
es la felicidad.

Pero un día habrá que recoger.

Suerte si no te toca a ti.

Karmelo C. Iribarren (1959, San Sebastián, España); Seguro que esta historia te suena. Poesía Completa, (1985-2012); Ed. Renacimiento, 2012.

Cuéntamelo otra vez

Cuéntamelo otra vez

Cuéntamelo otra vez, es tan hermoso
que no me canso nunca de escucharlo.
Repíteme otra vez que la pareja
del cuento fue feliz hasta la muerte,
que ella no le fue infiel, que a él ni siquiera
se le ocurrió engañarla. Y no te olvides
de que, a pesar del tiempo y los problemas,
se seguían besando cada noche.
Cuéntamelo mil veces, por favor:
es la historia más bella que conozco.

Amalia Bautista (1962, Madrid, España), Cuéntamelo otra vez, Ed. La Veleta, 1999. Extraído de Poesía española. 1900-2010, Castalia Ediciones, 2012

Voy a trabajar

Voy a trabajar, y todo está recién llovido.
Las fuentes, los semáforos se estrenan.
Hoy voy a trabajar y pienso
en la jornada de laboralidad que se avecina.
También en qué haré más tarde,
que necesito hacer algunas compras,
que debo telefonear, o que ha llovido…
A ti prefiero pensarte por las noches.
Te reservo un ángulo en la esfera,
te dilato y demoro todo el día,
porque después, ya sin ruidos
de taxis, ventas, mecanografía,
apareces nítido e intacto,
despejado de cansancio.

N.A. Grimaldi (1985, Madrid, España); Café con leche, por favor, Entrelíneas Editores, 2010

Carne del mar tensa y desnuda

Carne del mar tensa y desnuda,
violenta sombra de nácar oscuro,
hacia el verano tiendes tu lamento,
oh carne de muerte latiendo inmensa
bajo mi corazón embravecido de amor.
Hacia ti los tibios suspiros del alba,
hacia ti los jóvenes miembros adolescentes,
hacia ti los brazos marineros,
la hojarasca poderosa del sueño,
ese semblante cóncavo del miedo,
el horizonte de sal que no te siente
cuando estrechas un pecho maduro,
carne del verano, luz recogida
en este temblor de muslos tensos,
en estos pálpitos en que respira el mundo,
fulgor instantáneo de isla,
en ti se concreta la noche
cuando te apaciguas y derramas,
cuando emites tu tierno gemido de ave
en tu lejanía de plata y algas.
Por ti yo sabría de la muerte
y de sus pechos sonámbulos,
por ti, oh mar,
yo sabría del Eterno,
del suspiro de un dios
que hubiera posado en mi vientre
su espléndida desolación de música quebrada.

Isabel Rosselló (1950, La Coruña, España), Las diosas blancas. Antología de la joven poesía española escrita por mujeres, Edición de Ramón Buenaventura, Ed. Hiperión, 1985

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