Aprendiendo a leer el pasado y el futuro en las líneas de un poema

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Háblame de la lluvia

Háblame de la lluvia

Las gotas de lluvia son de una fragilidad infinita;
surcan senderos de lágrimas en las ventanas,
peinan los pétalos de las flores rojas,
inundan los mares.

Si pruebas a mirar al cielo
te besan los ojos;
corretean sensuales por tu cuello,
salpican de sueños tus pestañas.

Las gotas de lluvia son como las notas de un adagio;
pedalean tus calles y tus puentes,
empapan tus estancias de tristes alegrías,
deshabitan de recuerdos el olvido.

Los días de lluvia son de una belleza admirable;
pero al final, no sé por qué,
nos vuelve a entrar el miedo
y abrimos los paraguas.

María Monjas Carro (1974, Valladolid, España), Háblame de la lluvia, Ed. Huerga & Fierro, 2012

La lluvia II

La lluvia II

Está cayendo ahora mismo
una lluvia fina, mansa,
sobre la plaza.
Es una lluvia a la que no le ves
la mala intención por ninguna parte,
todo lo contrario, se diría
que busca tu amistad, que te dice:
«no tengo más remedio que mojarte un poco,
va en mi condición, pero me gustaría
que nos llevásemos bien».
Ya sé que esto puede parecer una locura,
ponerle no solo voz
sino sentimientos a la lluvia,
pero a mí es lo que me sugiere
ahora mismo su presencia,
mientras la veo caer lenta
entre las farolas hacia el empedrado,
y resbalar por mi rostro
reflejado en el cristal.

Karmelo C. Iribarren (1959, San Sebastián, España); de Haciendo planes (2016). Extraído de Poesía completa (1993-2019), Ed. Visor, 2020.

Eros

Eros

Había acercado la silla a la ventana del hotel, para mirar la lluvia.

Estaba en una suerte de sueño o trance…
enamorada, y sin embargo
nada quería.

Tocarte parecía innecesario, volver a verte.
Solo quería esto:
la habitación, la silla, el sonido de la lluvia al caer,
hora tras hora, en la tibieza de la noche de primavera.

No necesitaba nada más; estaba completamente saciada.
Mi corazón se había vuelto pequeño, se colmaba con muy poco.
Miré la lluvia que caía en una densa cortina sobre la ciudad oscurecida…

Nada de esto te concernía: podía dejarte vivir
tal como necesitaras vivir.

Al amanecer cesó la lluvia. Hice las cosas
que se hacen de día, me puse en movimiento,
pero como una sonámbula.

Había bastado y ya no era cosa tuya.
Unos pocos días en una ciudad desconocida.

Una conversación, el roce de una mano.
Y después, me quité mi alianza de matrimonio.

Eso era lo que quería: estar desnuda.

EROS

I had drawn my chair to the hotel window, to watch the rain.

I was in a kind of dream or trance…
in love, and yet
I wanted nothing.

It seemed unnecessary to touch you, to see you again.
I wanted only this:
the room, the chair, the sound of the rain falling,
hour after hour, in the warmth of the spring night.

I needed nothing more; I was utterly sated.
My heart had become small; it took very little to fill it.
I watched the rain falling in heavy sheets over the darkened city…

You were not concerned; I could let you
live as you needed to live.

At dawn the rain abated. I did the things
one does in daylight, I acquitted myself,
but I moved like a sleepwalker.

It was enough and it no longer involved you.
A few days in a strange city.

A conversation, the touch of a hand.
And afterward, I took off my wedding ring.

That was what I wanted: to be naked.

Louise Elisabeth Glück (1943, Nueva York, EEUU); The Seven Ages, Ecco Press, 2001. Premio Nobel 2020

La lluvia de las cosas

La lluvia de las cosas

Ven a mi mano a ver
—travesía de helechos y de juncos—
cómo cae la lluvia sobre el pasado,
así,
tan levemente hermosa,
con tanta suavidad como solo el recuerdo
es capaz de imprimir en sus labios de niebla.

Pilar Blanco (1959, León, España); Agua que fluye y sueña; Institució Alfons el Magnànim, 2013.

Si me permites

Si me permites

Si me permites
no te llamaré por tu nombre,
procuraré otros atajos
que me sepan conducir
al sitio donde las palabras amanecen,
al recodo donde las historias
se reconocen inútiles
y el azar pacta
a riesgo de sus mejores apuestas.
Si me permites
te desearé simplemente
como si invocara la lluvia
en la estación más seca,
aquella que queda
sin balbuceos
más allá de la aridez
del recuerdo
de lo que no fue.
Si me permites,
si hay un lugar donde yo pueda,
me haré cómplice en tu piel
y como un devoto feligrés,
fiel a los caprichos del deseo
te haré mía sin nombres
sin palabras, sin promesas.

Arturo Gutiérrez Plaza (1962, Venezuela); El cangrejo ermitaño. Antología poética, Ed. Visor, 2020

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