Aprendiendo a leer el pasado y el futuro en las líneas de un poema

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Paraguas

Paraguas

Me he comprado un paraguas del color del cielo para albergar todas tus lágrimas. Sólo así tu tristeza más reciente también será mía, y tu dolor ocupará mi sombra.
Puede que aquel paraguas que inventó la forma de calmar los rayos en los días grises no reconozca hoy el tacto de la lluvia y tiemble como un hongo en el olvido.
Puede que un día los nimbos o los cúmulos se nieguen a escurrir todas sus manchas de agua y acaben por secarse con el sol, igual que los lagartos.
Pero el paraguas siempre guardará en silencio la memoria de la lluvia y acogerá en su piel, a un tiempo perfumada y húmeda, las luces de otros rayos: los del sol.
Me gustan los paraguas, pero en casa; colgados del armario, en la cocina, encima del bidé o debajo de la cama pero nunca en la calle. ¿Por qué rayos la gente se pone tan nerviosa y echa a correr cuando llueve un poco? ¿Son tal vez de azúcar? ¿Por qué cuando caen tres gotas toda la gente se ata a su paraguas?
Odio a los que no saben dónde acaba su paraguas; a los que te clavan el mango o la varilla en los riñones, que te lo escurren en los morros, que se echan a volar cuando no pueden con el viento y lo disparan y lo zarandean como tulipanes negros.
Odio a los transeúntes que no vieron nunca a Mary Poppins, que piensan que el paraguas sólo sirve para huir del agua, que en días de tormenta se amotinan en los soportales, que dejan sus paraguas en las papeleras y no se atreven nunca a desplegarlo en casa.
Creo que a las personas se las conoce por sus paraguas: negros para las viudas y los caballeros -quizá más resistentes al humor del agua-, estampados para las solteras, de plástico para los niños, lisos para las universitarias, rojos para los cirujanos, blancos para los curas, verdes para la Guardia Civil, de rayas para los presos, sin tela para los optimistas y de Ágata Ruiz de la Prada para el resto.
Hay paraguas que se abren como flores de invierno, paraguas que se abren como paracaídas, paraguas que se abren por sorpresa, paraguas que no se abren, paraguas para vivos, paraguas para muertos.
Hoy me he comprado un paraguas del color del cielo para albergar tus lágrimas y salir a la calle y decir como Bossa cualquier día: “Bajo la lluvia despliego un mapamundi”.

Raúl Vacas (1971, Salamanca, España); Solar edificable. Antología poética (1996-2020); Editado por la Diputación de Salamanca, 2021.

El ángel y su piedra (poema cubista)

El ángel y su piedra (poema cubista)

para Jorge Villalmanzo, que aprendió a volar

me voy a cazar árboles, digo con firmeza

pero una cebra coronada de escabiosas
cruza la calle, y me detengo a mirarla
y pierdo el rumbo y la noción del tiempo
y la prisa y la cordura

se nos escapan los días a la velocidad del rayo

ha empezado a llover
hay charcos que nos pertenecen, digo con firmeza
y todos los ángeles
deberían volar con una piedra atada al cuello

Isabel Bono (1964, Málaga, España); Me muero, Bartleby Editores, 2021

La lluvia enfurecida

LA LLUVIA ENFURECIDA

El nuevo día está perdido entre
un laberinto que no tiene puertas
y que en mitad del viento va trazando
la enfurecida y huidiza lluvia.

Toda la realidad es ya un tapiz
deshilachado, en donde los perfiles
se deshacen en sombras imprecisas.

El único color que aún conservan
las cosas es el gris,
pero es un gris también
como en proceso de disolución.

El agua va buscando ansiosamente
los anónimos rostros de los hombres
para tacharlos con sus latigazos.

Esta mañana el mundo está esforzándose
en borrarse del mapa. Y en borrarnos.

Lorenzo Oliván (1968, Cantabria, España); Puntos de fuga, Ed. Visor, 2001. XIII Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe.

Mientras llueve

Mientras llueve,
ahora mientras llueve,
ya no pienso en Machado
ni en la dimensión metafórica del agua
ni en que es plancton o fuente de la vida
ni tampoco en que a veces equivale
al semen, a la humedad del útero
donde todo comienza y se desata.
No me pongo a pensar tampoco en su sentido,
su escondido valor en el orden simbólico,
o a qué se corresponde cada pequeña gota:
si es lágrima, ojo, canto o bien melancolía.

Lo que hago mientras llueve es renegar despacio
porque el agua se queda prendida en los cristales
y trae hasta la casa el limo de otros sitios;
porque sé del trabajo de esconder el salitre,
el polvo de la arena molida hasta su hueso
o la sombra de aljibes, de estanques y de fuentes,
del mar que se deslumbra por su propia espesura.

Si, como ahora, llueve,
yo no pienso en Vallejo con su aguacero triste
y menos, casi nada, apenas, en Machado.
Solo en la obligación imperiosa, excitante,
de restaurar el orden que se había hecho añicos
y devolver al vidrio su primera función,
la de mostrar el mundo en su sola materia.

Mª Ángeles Pérez López (1967, Valladolid, España); La sola materia; Ed. Aguaclara, 1998. III Premio Tardor de Poesía. En 2022 ha ganado el Premio Nacional de la Crítica en poesía castellana por el libro Incendio mineral, Ed. Vaso Roto, 2021.

Tormenta de verano

Tormenta de verano

Para José Fernández de la Sota

Están cogidos de la mano
en silencio,
bajo los soportales.

El niño mira su columpio,
muy triste,
bajo la lluvia,
y no lo entiende.

El padre mira al niño:
es la vida, hijo
-quisiera poder decirle-,
y no ha hecho más que empezar.

Karmelo Iribarren (1959, San Sebastián, España); Seguro que esta historia te suena. Poesía Completa, 1985-2012; Ed. Renacimiento, 2012.

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