No quisiera que lloviera te lo juro que lloviera en esta ciudad sin ti y escuchar los ruidos del agua al bajar y pensar que allí donde estás viviendo sin mí llueve sobre la misma ciudad Quizá tengas el cabello mojado el teléfono a mano que no usas para llamarme para decirme esta noche te amo me inundan los recuerdos de ti discúlpame, la literatura me mató pero te le parecías tanto.
They hand in hand with wandring steps and slow, Through Eden took thir solitarie way. John Milton
No es este el Paraíso prometido y, sin embargo, ¿quién se ha dado cuenta? I
Llovía en las aceras y en las casas. Llovía en todo el siglo XXI. Teníamos entonces nueve años y una idea aturdida del amor. Llovía en todo el siglo XXI. Llovía en nuestros ojos y quemaba mientras nos divertíamos lamiendo el “nebluno”, el smog de las farolas. La city era una ciénaga convulsa donde se hacía muy difícil distinguir el cielo gris de todas las corbatas. Cogidos de la mano nos hacía toser el acre olor de vidas gangrenadas. Un poco más cerca de la muerte llorabas y decías “¡Ben, Ben, Ben, yo quiero irme a casa!” Estábamos perdidos. Y aún llovía. Confundías las calles como a veces confundimos extraños con amigos. Como Hansel y Gretel, regresamos buscando nuestras huellas, algún resto. Pero nada se imprime en el asfalto. Y en el suelo no había más que latas de refrescos devoradas por la luz.
Ya no habría consuelo en nuestras almas. Habíamos llegado tarde al mundo.
Ben Clark (1984, Ibiza, España); Los hijos de los hijos de la ira, Ed. Hiperión, 2006. XXI Premio Hiperión de Poesía.
Llueve, detrás de los cristales, llueve y llueve sobre los chopos medio deshojados, sobre los pardos tejados, sobre los campos, llueve.
Pintaron de gris el cielo y el suelo se fue abrigando con hojas, se fue vistiendo de otoño. La tarde que se adormece parece un niño que el viento mece con su balada en otoño.
Una balada en otoño, un canto triste de melancolía, que nace al morir el día. Una balada en otoño, a veces como un murmullo, y a veces como un lamento y a veces viento.
Llueve, detrás de los cristales, llueve y llueve sobre los chopos medio deshojados, sobre los pardos tejados sobre los campos, llueve.
Te podría contar que esta quemándose mi último leño en el hogar, que soy muy pobre hoy, que por una sonrisa doy todo lo que soy, porque estoy solo y tengo miedo.
Si tú fueras capaz de ver los ojos tristes de una lámpara y hablar con esa porcelana que descubrí ayer y que por un momento se ha vuelto mujer.
Entonces, olvidando mi mañana y tu pasado volverías a mi lado.
Se va la tarde y me deja la queja que mañana será vieja de una balada en otoño.
Llueve, detrás de los cristales, llueve y llueve sobre los chopos medio deshojados…
Juan Manuel Serrat (1943, Barcelona, España); Álbum La Paloma ℗ 2000 BMG Music Spain, S.A.
Cae la lluvia con su necesaria verticalidad que azota detrás de mi ventana. Llueve, llueve… Sobre el farol todo es mar que cae en gotas hasta el fango y cubre el suelo donde se hunde el alma en su oleaje.
Marta Domínguez (1981, Zaragoza, España); Historia transida y poesía renovada; Ediciones En Huida, 2012
Los diferentes ángulos de la lluvia nos distraen de la más íntima naturaleza de la lluvia: caer siempre perpendicular a algo.
Así a veces cae perpendicular al corazón, pero el corazón tiene miedo y escapa de todas las perpendiculares. Otras veces cae perpendicular a los muertos, pero los muertos ya no aciertan ninguna geometría. Y otras veces cae perpendicular a la noche, pero la noche la abraza como un surtidor por todas partes.
Sin embargo la perpendicular de la lluvia, para cumplir su llamado, no necesita ni siquiera una línea, sino tan solo un punto donde poder caer y hundirse plenamente.
Magnífico.