Aprendiendo a leer el pasado y el futuro en las líneas de un poema

palabras (Página 1 de 17)

Contigo

Contigo

Porque no vive el alma entre las cosas
sino en la acción audaz de descifrarlas,
yo amo la luz hermana que alienta mis sentidos.

Mil veces he deseado averiguar quién soy.

Después de tantos nombres,
de tanta travesía hacia mi propia brújula,
podría abrazar la arena durante varios siglos.
Ver pasar el silencio y seguir abrazándola.

No está en mí la verdad, cada segundo
es un fugaz intento de atrapar lo inasible.
La verdad no está en nadie, y aún más lejos
yace de un rey que de cualquier mendigo.
Si alguien está pensando en perseguirla
no debe olvidar esto:
el fuego ha sido siempre presagio de declive
como la intensidad antesala de olvido.

Cuando mis ojos vuelvan al origen,
pido un último don.
Nada más os reclamo.
Poned en mi sepulcro las palabras.
Las que dije mil veces
y las que habría deseado decir al menos una.

Guardad en mi costado las palabras.
Las que usé para amar,
las que aprendí a lo largo del camino,
las primeras que oí de labios de mi madre.

Envolvedme entre ellas sin reparo,
no temáis por su peso.
Pero cuidad con mimo la palabra contigo.
Tratadla con respeto.
Colocadla
sobre mi corazón.
La verdad no está en nadie, pero acaso
las palabras pudieran engendrarla.

Quizá entonces aquel a quien dije contigo
y para quien contigo fue toda su costumbre,
se acostará a mi lado con ternura,
juntos en el vacío más sagrado,
cuando la eternidad toma nuestra medida,
cuando la eternidad se pronuncia contigo.

Raquel Lanseros (1973, España), Las pequeñas espinas son pequeñas, Ed. Hiperión, 2013

Barcarola del puente de vallecas

Barcarola del Puente de Vallecas

No estoy comprometido
con el mundo, solo con
una idea de todo
que es un poco platónica:
las cosas en su orden brillan más,
con una luz ideal
que no es nada ilusoria.
Me sobra superficie, tengo mala memoria:
todos los días doy
limosnas al olvido, monedas
a Caronte, pero sigo
acumulando cosas que olvidar.
Hoy hemos ido a ver Los
Increíbles 2: ya no
recuerdo nada,
pero Bruno reía mientras Vera
se me abrazaba, le daba miedo el malo,
un tal «Rapta-pantallas» (bendito seas tú,
«Rapta-pantallas», que hiciste que
mi niña me abrazase…). Mi padre
me lo dijo: «No disfrutas las cosas
que te ocurren, te has malacostumbrado». Vivo
de lo que leo y escribo
lo que vivo: no es fácil trabajar
con impacientes, me cuesta estar conforme
con vuestra realidad: el mismo andén, ya sé,
pero hacia el otro lado.

Juan Marqués (1980, Zaragoza, España); Diez mil cien; Ed. Fundación José Manuel Lara, 2020. X Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado.

Tablón de anuncios

Tablón de anuncios

Ya sé que éste es un libro que habla de ti y de mi;
que aquí no hay sitio
para la usura,
el hambre,
los desahucios,
el miedo,
que ser feliz no es cerrar los ojos
ni las sábanas son lo opuesto a las banderas.

Pero mira esa gente sin trabajo,
el dolor,
la injusticia,
las guerras,
el expolio,
la opresión,
el cinismo,
los pactos de silencio…
Mira cómo funciona
el negocio de la desigualdad:
para que sigan llenas algunas cajas fuertes,
tiene que haber millones de neveras vacías.

Ya sé que este es un libro de amor,
pero sus páginas
están abiertas para los que sufren,
para los ilegales,
para los desterrados,
para esos cuyo único problema
es que no tienen nada que sumar.

Les ofrezco mi voz para que nunca olviden
que ningún muro se alza ni se derriba sólo,
que juntar los pedazos de las promesas rotas
no les va a rescatar de la mentira.

Aquí tienen mis manos.

Si la verdad quisiera ser contada
pongo este poema a su disposición.

Benjamín Prado (1961, Madrid, España); Ya no es tarde, Ed. Visor, 2014

De poética y niebla

De poética y niebla

tan lejos de uno mismo —hoy—

Aunque en las noches la busco,
sé que no existe,
que el hueco donde late,
dentro de mí, no es mi refugio,
ese hueco donde estoy y no estoy,
donde está y no está
—sin paz— la poesía,
no existe,
es solo —siempre— la pregunta
que me arrastra el poema.
El poema es lo que tengo:
a veces —lo sabemos de sobra— es dócil
como un cachorro que nos sigue
adonde vamos. Otras, es el cabo
de las tormentas,
indómito, intratable,
golpeando la niebla de mi pecho.
Paciente en cierto modo,
desciendo a la colmena de la ciudad dormida:
soy la abeja
atrapada en la celda
por el hilo
de su boca obsesiva.
Haciendo me deshago.
El poema es veneno
que bebo en mis labios.
¿Del fondo de qué abismo
asoman las palabras
pegajosas de vida
o de muerte?
En la sombra devano la madeja
que he llamado mi historia,
sílabas desnudas como miradas
que me corroen
o me alimentan.
El poema no es un juego,
no es un jeroglífico.
Pero hay que darle la vuelta
a las palabras, saber
que viven entrelíneas,
que se muerden la lengua
para decirnos:
en lo que callan
me hablan.
Escribir es niebla.
Para mí quiero
todas las palabras.
Cuando escribo me escriben.
En su tela me enredo.

Ángeles Mora (1952, Córdoba, España); Bajo la alfombra, Ed. Visor, 2008.

El mundo sin palabras

El mundo sin palabras

Deshagamos las palabras hasta sacarles la médula
y arrojemos los desperdicios al olvido.
Quitémosles las letras, los acentos,
todo rastro de gramática
que se les haya quedado adherido.

Empecemos por aporrear los verbos,
pasemos a cuchillo los sustantivos,
para eliminar toda acción,
para que nada ni nadie tenga nombre.
Ni tú ni yo debemos
perdonar a los pronombres,
neguemos hasta la última persona del verbo vivo.
Destrocemos también los adjetivos,
las preposiciones, los nexos, todas las partículas.

Si las palabras están en un verso,
tirémoslo al suelo desde un piso alto
y disfrutemos del espectáculo
de verlo hacerse añicos y desparramarse
por el suelo.

Matemos siempre, nunca,
mientras, ya, todavía,
a toda la perversa cohorte de los adverbios
y enterrémolos muy profundamente
en mitad de un desierto.

Cuando ya nada quede, cuando sea imposible
imaginar ningún concepto,
en el momento en que nadie
pueda articular o escribir
signos que otro entienda,
cuando no acudan a mí, a nosotros,
las malditas palabras y se nos esfume la vida
en una sucesión de instantes
que no serán más que presente,
aún entonces, nos quedará una palabra.

Aunque, y esto es no es sencillo de explicar,
tampoco entonces sabremos cuál es
ni cómo llamarla.

Francisco Pérez (Granada, 1965)

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