Aprendiendo a leer el pasado y el futuro en las líneas de un poema

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El mundo sin palabras

El mundo sin palabras

Deshagamos las palabras hasta sacarles la médula
y arrojemos los desperdicios al olvido.
Quitémosles las letras, los acentos,
todo rastro de gramática
que se les haya quedado adherido.

Empecemos por aporrear los verbos,
pasemos a cuchillo los sustantivos,
para eliminar toda acción,
para que nada ni nadie tenga nombre.
Ni tú ni yo debemos
perdonar a los pronombres,
neguemos hasta la última persona del verbo vivo.
Destrocemos también los adjetivos,
las preposiciones, los nexos, todas las partículas.

Si las palabras están en un verso,
tirémoslo al suelo desde un piso alto
y disfrutemos del espectáculo
de verlo hacerse añicos y desparramarse
por el suelo.

Matemos siempre, nunca,
mientras, ya, todavía,
a toda la perversa cohorte de los adverbios
y enterrémolos muy profundamente
en mitad de un desierto.

Cuando ya nada quede, cuando sea imposible
imaginar ningún concepto,
en el momento en que nadie
pueda articular o escribir
signos que otro entienda,
cuando no acudan a mí, a nosotros,
las malditas palabras y se nos esfume la vida
en una sucesión de instantes
que no serán más que presente,
aún entonces, nos quedará una palabra.

Aunque, y esto es no es sencillo de explicar,
tampoco entonces sabremos cuál es
ni cómo llamarla.

Francisco Pérez (Granada, 1965)

Para quien pretenda conocer a un poeta

Para quien pretenda conocer a un poeta

Es difícil conocer el corazón de un poeta.
A primera vista resulta fácil doblegarlo por la vanidad
ensalzarle y hasta aprenderse de memoria unas cuantas líneas suyas.
Caminar a su lado y sostener el mar con la mirada,
hablar de ciudades irreales,
adivinar su amor y sus costumbres,
su vida cotidiana, sus odios y rencores.
Penetrar el secreto de su técnica,
llegar a sus orígenes.
Pero ¿quién, bajo lluvia, es capaz, sabe realmente
cómo es por dentro ese cuerpo tembloroso, amoroso,
maldito, blasfemo o perseguido de un poeta?

Thelma Nava (México, 1932); El primer animal. Poesía reunida (1964-1995), Ed. Conaculta, 2000

El verso

El verso

Es un coloquio
que me bebe;
no me orienta,
me adentra,
responde a mi ceguera
y acaba perdonándome en su rostro.
Me trae fortunas heredadas,
abrazos de otros, leyendas visibles,
invisibles, rectas de la muerte,
volutas del momento,
tormento, cántico rodado de hace mucho:
el verso.

Resbala del pelo a la garganta,
me hace tropezar de veras,
guiña su ojo
tiende el mar
y yo me tiento.

El verso es un ojo
pensado para ciegos,
para mí,
un caballo al fondo
volver a casa
y encender la lámpara del miedo,
del miedo o la pregunta.
Tanto
me estrecha la cintura,
se escapa de mis brazos,
me adentra en la campana del llanto,
oros con llanto, del din don,
en la plegaria.
Y coge mi mano recién hecha
al vacío
y no me deja en paz
aunque lo mate.

El verso
puede con mi vida
sin pedirme permiso para la muerte.

Pureza Canelo (1946, Cáceres, España); Habitable (Antología poética), Ed. Renacimiento, 2019

Poeta de guardia

Poeta de guardia

…¡Otra noche más! ¡Qué aburrimiento!
¡Si al menos alguien llamase llamara o llamaría!
… ¡La portera! que si su nieta pare,
y recordase que soy puericultora…
O un borracho de amor con delirium tremendo…
o alguna señorita de aborto provocado
o alguna prostituta con navaja en la ingle
o algún quinqui fugado…
o cualquier conocido que por fin decidiera suicidarse…
o conferencia internacional…
(esto sería una bomba –pacifista–).
O que la radio dijera finamente:
«¡La guerra del Vietnam ha terminado!»
«El porqué de estar solo ya se sabe.»
O «el cáncer descubierto».
Y nadie suena, o quema, o hiela o llama
en esta noche
en la que
como en casi todas,
soy poeta de guardia.

Gloria Fuertes (1917-1998, España), Poeta de guardia, Ed. El bardo, 1968

Animales de compañía

Animales de compañía

Ellos no, nunca atacan,
tan solo se defienden.
Está en su naturaleza.

¡Uno los ama tanto!
Los acaricias, les mesas el pelo,
los abrazas a corazón abierto,
los metes en tu vida
y todo te lo cambian.

Ellos no lo hacen adrede,
no pueden evitar la genética
y cuando uno, que tanto los ama,
intenta, mansamente, con cariño,
que hagan lo que tú quieres,
cuando los cambias de sitio
o de costumbres,
te arañan sin saberlo,
te pican sin maldad,
te muerden sin intención.

Es por eso
que estas marcas moradas,
ya casi verdes, que andan dispersas
entre mis versos,
estas marcas como de dientes
horadadas en mis poemas
no son culpa suya.

¡Uno los ama tanto!
Ellos no lo hacen adrede.
Es que cuando intentas
que hagan lo que tú quieres,
cuando los cambias de sitio
o de costumbres,
los recuerdos arañan,
los sueños pican,
los desamores muerden.

Francisco Pérez

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