Aprendiendo a leer el pasado y el futuro en las líneas de un poema

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Poeta de guardia

Poeta de guardia

…¡Otra noche más! ¡Qué aburrimiento!
¡Si al menos alguien llamase llamara o llamaría!
… ¡La portera! que si su nieta pare,
y recordase que soy puericultora…
O un borracho de amor con delirium tremendo…
o alguna señorita de aborto provocado
o alguna prostituta con navaja en la ingle
o algún quinqui fugado…
o cualquier conocido que por fin decidiera suicidarse…
o conferencia internacional…
(esto sería una bomba –pacifista–).
O que la radio dijera finamente:
«¡La guerra del Vietnam ha terminado!»
«El porqué de estar solo ya se sabe.»
O «el cáncer descubierto».
Y nadie suena, o quema, o hiela o llama
en esta noche
en la que
como en casi todas,
soy poeta de guardia.

Gloria Fuertes (1917-1998, España), Poeta de guardia, Ed. El bardo, 1968

Ellos no lo advierten

Ellos no lo advierten
pero arrastramos un rencor en los genes
heredado de cada mujer.
Su hacha clavada en el cuerpo,
integrada en él. Donde persiste.
Observadoras y observadas.
Actuando solas y ante el mundo.
Ansiando un descanso
sin saber descansar.
Acusando un odio que no se cura
por palabras que no tendrían que existir.
Sin responder tal sin comportarnos cual,
aprovechando más.
Sin enfrentarnos a.

Pilar Adón (1971, Madrid, España); Las órdenes, Ed. La Bella Varsovia, 2018. Libro de poesía del año 2018 según las librerías de Madrid.

La forja

La forja

Mi abuelo ordeñaba en añil vacas sonámbulas
—soñaba el señorito la paz del mármol—
y recibía a cambio once litros de leche.
Solo después comenzaba su jornada,
que duraba lo que la luz sobre los campos:
los frutales agradecían el agua y los fandangos,
los cochinos el azul de su desvelo.
                                          Nada era suyo.

Tras la cena y los besos, mis abuelos
salían a hurtadillas —once niños
soñaban el pan de los molinos—,
el hacha y la espuerta conocían la vereda
donde arrancar monte sin ser visto.

Pertenezco
a una raza de hombres y mujeres
que tallaron en piedra su alegría.
En mi genealogía
solo se hinca la rodilla
para sembrar la tierra.

Emilio Martín Vargas (1979, Valencia, España); Lumpen Supernova, Ed. Visor, 2019. XVII Premio Emilio Alarcos.

Pavana del desasosiego

Pavana del desasosiego

A Félix

Y de pronto la vida se explica de otro modo,
y nuestro corazón se vuelve loco.

.Todo se ha transformado en un instante,
los árboles susurran como niños
que estuviesen contándose un secreto.

Desde algún territorio inolvidable
llega el canto coral de las ballenas.

Tú te sientas al borde de la música,
hundes tu corazón en los abismos
de una luz que propaga un fresco aroma
de naranjos en flor, de caracolas,
de miradas que brotan como espigas
y que vuelven de no se sabe dónde.

El tiempo te acompaña enternecido
y en la penumbra llora una guitarra
una canción para que duerma el mundo.
La voz de la piedad cruza el silencio:
escondida en la música, la vida
cuenta la historia de su amor secreto.

amor, loco cisne abandonado,
ay amor, que una vez nos contaste tu leyenda
para marcharte luego a recorrer el mundo.
Ay amor, ay amor, dulce alimaña,
doméstico caimán que nos devora
sin dejar de llorar desconsolado, ay amor,
que te fuiste tan pronto, tan sin causa
cuando dolías tanto que pensábamos
que ibas a ser eterno.

Y ahora vuelves, regresas con tus lágrimas,
con tus alegres lágrimas traslúcidas,
con tu llanto inmortal y tu rocío,
tu aguacero de ópalos que buscan
las amapolas de nuestro corazón
para condenarlo de pálida hermosura.

Y de pronto la vida se explica de otro modo
y la tarde regresa a la mañana,
y la noche se enciende como un cráter
que todo lo calienta y lo ilumina.
Y el tiempo, el viejo tiempo abandonado,
escucha la canción de la guitarra,
oye con estupor su anochecida historia.

Dentro de los espejos, los recuerdos
juegan al corro y a las cuatro esquinas
y la música tiembla en el azogue
como una mariposa deslumbrada.

Ay amor, ay amor que nunca acabas,
que regresas cantando tu canción
y a su compás la vida cambia el paso
y de pronto se explica de otro modo
y se encienden las luces de la casa
y todas las ventanas dan al mar.
Ay amor, ay amor que nunca mueres,
que sigues remendándote las alas,
pisando con cuidado los escombros
como si fueran campos de cantueso.

Ay amor, ay amor, luna creciente,
guitarra, clavicordio y violonchelo
de una orquesta que vaga por el aire
regando con su música el desastre
mientras el corazón despavorido
siente cómo lo acunas
con tu pavana del desasosiego.

Francisca Aguirre (1930-2019, Alicante, España), Pavana del desasosiego (Premio “María Isabel Fernández Simal” 1998), Ediciones Torremozas, 1999

Tango 2

Tango 2

Cómo decirle al Tiempo que desande los pasos
y nos vuelva a entregar lo que nunca fue suyo:
el fulgor de un milagro, la limpia mordedura
de la dicha en la carne, la piel en plenilunio.

Cómo decirle al Tiempo que el otoño es mentira
y que la vida puede valer lo que una noche
de julio solamente porque tuvo el deseo,
el ardor excesivo de una piel de sirena.

Cómo pedirle al Tiempo que nos lleve desnudos
al fondo de la noche, la mutua encrucijada,
a desmentir la muerte con la ebriedad concisa
de saberse elegidos y elegir el fracaso.

Cómo pedirle al Tiempo que nos deje siquiera
una memoria blanda que registre los ecos,
los olores, la risa, la intuición dolorosa
del temblor que sentimos como un dios pasajero.

Aurora Luque (1962, Almería, España), Problemas de doblaje, Ed. Rialp, 1990

Mariposas de tinta

Mariposas de tinta

Todo poema es tiempo
y ulcera los minutos de su existencia
con una taimada secreción
de palabras medidas y desmedidas.

Discurre por los granos de arena
de un reloj atrapado en el papel,
que quedan esparcidos por el camino de vuelta,
intentando ocultarlo. Imposible
mirar al verso anterior y calibrar
el gozo o la ruina con la que fue desentrañado
de un vocabulario infectado por la memoria.

En cada escalón que se baja por el poema
hacia el infierno, más difícil es conservar
ese equilibrio imposible entre lo que se dice
y lo que se quiere decir,
entre lo que se lee
y lo que se quiere leer,
entre lo que se vive
y lo que se quiere vivir.

Y cuando llega al final
todo poema, algo, no sé,
una ceniza, un golpe de viento,
un leve temblor en el silencio…
otra mariposa de tinta que muere inútilmente,
solo para intentar a duras penas
resistir la catarata del olvido.

Francisco Pérez (Granada, 1965)

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