Aprendiendo a leer el pasado y el futuro en las líneas de un poema

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El árbol

El árbol

Una persona que no soy yo
vive en mi cuerpo pensando
constantemente y sin descanso
en una persona que no eres tú,
pues yo me enamoré del árbol
en un momento exacto
que el tiempo ya ha barrido
y ahora ese árbol no existe,
igual que no existe este,
porque es otro árbol más grande
sentado en las mismas raíces.
Bullen en mi mente pensamientos,
maldigo a Heráclito y su río,
y no veo forma de escapar
de un lugar que ya se ha ido.
Cuando caiga el árbol, quizá
encuentre por fin la salida
y pueda señalar entonces
el anillo preciso y certero
en el que en las años venideros
me quedaría yo atrapada.

María Helena Higueruelo (1994, Jaén, España); El agua y la sed, Ed. Hiperión, 2015 (XVIII Premio de Poesía Joven Antonio Carvajal)

Los justos

Los justos

Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.

Jorge Luis Borges (1899, Argentina- 1986, Suiza); La cifra, Ed. Alianza, 1990

Visiones I

Visiones I

Inútil perseguirte. Por las frondas
te buscas y te encuentras incesante,
exenta como torre de campanas.

Yo sólo soy testigo del hallazgo,
territorio asombrado en que se funden
las huellas y los pasos de un instante.
* * *
En el prado tendida contemplabas
esa red vegetal con que los árboles
intentan apresar las fugitivas
aves que son nubes.
* * *
No puede ser veloz la trayectoria
de tu agudo quejido acribillado
¡oh animal malherido
entre las ramas!
* * *
Luciérnagas del agua, las estrellas,
clavadas en el río simulaban
ojos de luz inmóviles negándose
a la ley inmutable del transcurso.
* * *
Cuando el espejo me tendió la imagen
mirarse fue reconocer un rostro
* * *
Cruzar la soledad de una tiniebla
sintiendo aletear entre las manos
el corazón en vuelo de la noche
* * *
Raíz. Mineral. Astros.
Negaciones del tiempo
que nos finge el espacio.
* * *
Como duros luceros condenados
a la contemplación de la negrura
dejábamos flotando nuestros rostros
sobre el agua recóndita del pozo.
* * *
Gravitando en los párpados tu cuerpo
me cerrará los ojos para el sueño.
Con la luz se abrirá mi cuerpo a ti.
* * *
Un velo arrasa solitario el cielo
arriesgada propuesta de la altura;
el mar lo copia inverso en lo profundo
convirtiéndole en par su tentativa.
* * *
Nosotros sólo somos el lugar de la cita.
El encuentro es un águila bifronte
que ha cegado el destino.
* * *
El secreto es la voz
de lo ya dicho.
El misterio, la clave
del enigma.

Amparo Amorós (1950, Valencia, España), Las diosas blancas. Antología de la joven poesía española escrita por mujeres, Ed. Hiperión, 1985

Está creciendo el número de espectadores

Está creciendo el número de los espectadores.
No como una marea, no:
como crecen los sueños
cuando el que sueña quiere saber qué se le oculta.
Crecen desde los huecos, desde los callejones,
desde la transparencia de las ventanas, desde
la trama, el argumento,
complicando la historia
ocupan las rendijas, los ojos de las tejas,
cruzan por las cornisas,
por los desagües bajan,
crecen en todas direcciones,
dispersando complican,
añaden, superponen, indagan desde dentro
lo que fuera no alcanza, gigantesco
cuerpo vampiro que procura
saberse vivo por un tiempo,
saberse vivo por más tiempo,
saberse vivo tras la página
que le invita a crecer, denso, fluido y compacto,
urdiendo sus defensas
al tiempo que investigan la manera
de saber sin sufrir,
de ver sin ser vistos.

Chantal Maillard (Bruselas, 1951) de «Matar a Platón» Ed. Tusquets, 2004

En la sala de lectura del insomnio

En la sala de lectura del insomnio,
cuando el camión de la basura es
la única respuesta al silencio
y cada instante es un amante
que matamos en un abrir y cerrar de piernas,
acompaño en eco, hasta la estación,
los pasos apresurados de las empleadas domésticas.
Para ellas, no existe el infierno. Simplemente,
evitan soñar.
Para nosotros, el autobús 738 siempre irá al Calvario,
aunque paguemos el billete.
En el horizonte lento pero seguro de una utopía light,
paso el día vendiendo mi tercer mundo
en coloquios y conferencias internacionales.
Les muestro a todos el canino de oro,
mi piel de jirafa,
la bibliografía en francés.
Escribo la palabra vacío
después de la palabra espera.
Poso las manos sobre mis rodillas cansadas.
Limpia
pero mal vestida,
-mirad-
soy el nuevo modelo para el fracaso.

Golgona Anghel (1979, Rumanía); Vine porque me pagaban, Killer71 ediciones, 2019

Infancia

Infancia

Soñaba el corazón…
¡Oh sueños de la escuela!
Concha Méndez

Calles estrechas,
balón,
cristales rotos,
la rodilla escociendo sobre el suelo,
última fila en clase,
solitarias vocales buscando consonantes,
los números en serie bajo las uñas sucias
y un nombre escrito en todos los cuadernos,
en todas las paredes,
sobre tu propio aliento en el espejo,
tu mano en el alféizar alimenta a los pájaros
mientras repites
que España limita al norte con el mar Cantábrico
y alguien te clava espigas
en el jersey de lana.

Irene Sánchez Carrón (1967, Cáceres, España); Ningún mensaje nuevo, Ed. Hiperión, 2008. XII Premio Internacional de Poesía “Antonio Machado”, Baeza

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