Los hijos únicos no lloran al nacer

Ningún lugar es aquí lo que parece.
Los hijos únicos nos lanzamos al mar–
delante de nosotros va
nuestra ceguera.

Nos desnudamos al despertar
para que no nos vean.
Los hijos únicos no somos fáciles de amar–
por eso recogemos hormiguitas y animales

que podamos llevar con nosotros
para alimentarlos así
con nuestra enfermedad.
Los hijos únicos somos fáciles

de olvidar–
donde ya no estamos, la luz
se hunde en nosotros
esperando suplantar el hueco

con calor
y la sangre
con un océano.

Los hijos únicos no lloran al morir
porque ya están solos.

Emily Roberts (1991, Ávila, España), “Estación Poesía” Nº 8, Editado por Secretariado de Publicaciones Universidad de Sevilla, 2016