ME MORIRÉ COMO TÚ, COMO EL VECINO QUE NOS DA SU SONRISA
con la pizca de sal o con el aceite que le pedimos,
como el viejo conocido que ha torcido la cabeza
al cruzar por nuestra misma acera esta mañana
y nos ha dejado la distancia
colgada en el roce de los hombros,
en el aire helado que nos burlaba.
Me moriré, para qué darlo más vueltas, nos moriremos todos,
y no es nada del otro mundo,
sino de este. Nos moriremos
como murieron los que nos marcaron las sendas que nos llevan,
las sendas tan hundidas ya, y tan gastadas,
tan sin hierba. Nos moriremos
como murieron los que se besaron bajo una luna más llena y más joven
una luna que podría recitar estrellas lidiando en el lecho de los dioses,
tiempos rojos de albas. Nos moriremos
como murieron los que acariciaron un cielo en la tierra para los hombres,
un cielo tan de dentro que manara de las uvas,
deslumbrara por los surcos. Nos moriremos, en fin,
como murieron los que nos legaron los trigos y maíces,
para que nosotros dejáramos los granos de sus granos
a los hijos de nuestros hijos.
Nada ha cambiado. Alguien cerrará nuestros ojos,
porque esa luz, —habrá otra—, la del sol, la luna o la bombilla,
ya no nos responde.
Nada ha cambiado, ni nada
cambiará con nuestra muerte. Solo la vida sola,
toda la vida hecha senda, casi cielo, luna, maíz y trigo,
eterna e inmutable, sin pararse ante nosotros,
proseguirá su marcha hacia la vida. Somos
parte de ella sin ser ella, y nosotros, solos,
solo caminamos hacia la muerte.
Fermín Heredero Salinero (1950, Fuentespina, Burgos-2021, Aranda de Duero, Burgos), Entrada para la vida, Ed. Fundación Caixa Galicia, 2001. XX Premio Esquío de Poesía.
Magnífico.