Aprendiendo a leer el pasado y el futuro en las líneas de un poema

hijos

Se desprendió mi sangre para formar tu cuerpo

Se desprendió mi sangre para formar tu cuerpo.
Se repartió mi alma para formar tu alma.
Y fueron nueve lunas y fue toda una angustia
de días sin reposo y noches desveladas.
Y fue en la hora de verte que te perdí sin verte.
¿De qué color tus ojos, tu cabello, tu sombra?
Mi corazón que es cuna que en secreto te guarda,
porque sabe que fuiste y te llevó en la vida,
te seguirá meciendo hasta el fin de mis horas.

Concha Méndez (1898-1986, España), Niño y sombras, Ediciones Héroe, 1936

Los hijos únicos no lloran al nacer

Los hijos únicos no lloran al nacer

Ningún lugar es aquí lo que parece.
Los hijos únicos nos lanzamos al mar–
delante de nosotros va
nuestra ceguera.

Nos desnudamos al despertar
para que no nos vean.
Los hijos únicos no somos fáciles de amar–
por eso recogemos hormiguitas y animales

que podamos llevar con nosotros
para alimentarlos así
con nuestra enfermedad.
Los hijos únicos somos fáciles

de olvidar–
donde ya no estamos, la luz
se hunde en nosotros
esperando suplantar el hueco

con calor
y la sangre
con un océano.

Los hijos únicos no lloran al morir
porque ya están solos.

Emily Roberts (1991, Ávila, España), “Estación Poesía” Nº 8, Editado por Secretariado de Publicaciones Universidad de Sevilla, 2016

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